En Roma lo corriente era que el agua tuviera que traerse desde muy lejos (de manantiales situados en las montañas) por el sistema de los acueductos, que, a veces, para salvar el desnivel en el terreno debían ir sobre un sistema de arcos. El agua se tomaba de un colector que recogía las aportaciones de la fuente o manantial y por tuberías que podían ir enterradas o por el sistema de arcos en que se basa el acueducto.
De ahí, se llevaba hasta una torre de distribución ("castellum aquae"), depósito de varias plantas donde por sedimentación el agua se liberaba de las posibles impurezas que pudiera llevar. Desde la cámara superior del "castellum" el agua salía para nuevos depósitos donde sufría un nuevo proceso de clarificación y desde donde se distribuía a los edificios públicos, a las fuentes y a los propios domicilios.
Normalmente el agua se desplazaba por el acueducto aprovechando la propia inclinación del terreno. En el caso de Roma, en época del Imperio, cuando la ciudad llegó a tener un millón y medio de habitantes, sus numerosos acueductos eran capaces de proporcionar unos 500 litros diarios por habitante.
lunes, 26 de abril de 2010
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