En los primeros tiempos, los romanos comían en el atrio junto al hogar; más tarde esta actividad se desarrollará en un espacio propio: el comedor o “triclinium”, denominado así por la presencia de tres lechos colocados en torno a una mesa redonda y sobre los que, siguiendo la costumbre griega, los comensales se reclinaban para comer. Las clases populares y campesinas no podían disfrutar de refinados espacios para la comida y solían comer en pequeñas estancias junto al hogar o, incluso, en la misma cocina, sentados en bancos o taburetes.
El “triclinium”, una de las estancias más bellas de la casa, está decorado con mármoles, mosaicos, frescos, estatuas, ricos tejidos y un refinado mobiliario, aunque, lógicamente, su riqueza dependía del estatus social del dueño. Las mansiones más adineradas generalmente disponían de un comedor de invierno y otro de verano, ubicados en el lugar más apropiado de la casa para obtener la temperatura e iluminación ideales durante el período de uso. Algunos se abrían al jardín o al mar y, a menudo, incluían fuentes y pequeñas cascadas para refrescar el ambiente.
Los lechos constituían el principal mobiliario del comedor: eran bajos, de madera y bronce, cubiertos con colchones y vistosas telas que daban un tono elegante.
El resto del mobiliario del comedor se reducía a alguna otra mesa supletoria para el servicio del vino, un armario para la vajilla y candelabros o soportes para colgar y apoyar las lámparas de aceite. Durante los banquetes no faltaban las guirnaldas y jarrones de flores, sobre todo de rosas.
domingo, 15 de marzo de 2009
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